La noche del terror, por Alfonso Aguado (Los Inhumanos)

La noche del terror. Crónca de una tragedia no anunciada

Es martes 29 de octubre de 2024 y son las 20.30, la hora de la cerveza en “El Pin”, el típico bar de toda la vida con una vitrina donde no falta nunca una bandeja con calamares. El camarero tiene la mirada cansada de quien ha vivido varias vidas en una sola y los clientes que utilizamos la barra como foro de tertulia cargamos ya muchos años en la mochila. En una mesa hay una pareja joven haciendo las gilipolleces que solo se hacen cuando estás enamorado y en otra un grupo de currantes reponiendo fuerzas después del trabajo. Dicenque un español con una cerveza o un cubata en la barra sabe de cualquier cosa de la que le hables, pero esta noche no hablamos como de costumbre del Valencia, del gobierno ni de los viejos tiempos, cuando aún éramos jóvenes y teníamos el corazón lleno de sueños, esta noche sólo se habla de las conmovedoras imágenes de Utiel que aparecen en la televisión, un pueblo a noventa kilómetros del nuestro, asolado por un diluvio salvaje. Ninguno tenemos ni la más mínima idea de que un río furioso de lodo está arrasando en ese momento un pueblo pegado al nuestro.

Sedaví es un pueblo tranquilo a cuatro kilómetros de Valencia donde nunca pasa nada... Hasta que pasa. Y está a punto de pasar algo que va a dejarlo marcado para siempre. Los niños y los mayores llevaban tiempo preparando la fiesta de Halloween, sin imaginarse que íbamos a vivir una noche de terror de verdad.

Cuando dejo de mirar la tele y veo que está entrando agua por la puerta, me da un vuelco el corazón. Es como si alguien te estuviera hablando de un monstruo de un lugar lejano y te encontraras su cara al girarte. Le digo al camarero que le pagaré mañana y salgo cagando leches con media cerveza aún en el vaso, pero al ver el agua a la altura de los tobillos, deduzco que deben ser los restos de la que ha caído en otros lados y me tranquilizo. Tan solo un minuto después, el agua me llega ya por encima de las rodillas y dejo de estar tranquilo, el riachuelo inofensivo se está convirtiendo rápidamente en un río terrorífico de barro cada vez más grande y más furioso, y es muy difícil dar un paso.

Cuando consigo llegar al portal de mi casa, tengo una sensación angustiosa y una sobredosis de adrenalina cabalgando desbocada por mi cuerpo. Subo por las escaleras para evitar el ascensor y encuentro a mi pareja trabajando en el ordenador con la música puesta. Se ha pasado toda la tarde frente a la pantalla y no se ha enterado de nada.

-¿De dónde coño vienes?- me pregunta enfadada porque no entiende por qué estoy dejando el suelo manchado de barro.

Pienso que la mejor contestación es llevarla de la mano a la terraza y le cuesta creer lo que están viendo sus ojos.

-No puede ser, no puede ser, no puede ser... - repite una y otra vez como un mantra.

Pero es.

Todo parece una puta locura, algo tan sorprendente que resulta casi imposible de creer. Lo más estremecedor es el sonido de la furia del agua debajo de casa, que recuerda al de las olas rompiendo contra las rocas. Se va corriendo para apagar el ordenador, pero la luz desaparece y todo se hace aún más oscuro. La vecina del entresuelo le llama aterrorizada por el móvil, pidiéndole que le dejemos subir con su hijo porque al agua está invadiendo su casa y suben con nosotros. Es la última llamada, la cobertura también ha desaparecido. El telón del terror acaba de abrirse y vamos a asistir a una tragedia que ninguno imaginábamos.

Dos minutos después, el agua se ha convertido ya en un río mortal de lodo que arrastra hasta los camiones que encuentra en su camino. Los muebles de las casas, los coches, las sillas de los bares... son marionetas dando bandazos de un lado a otro. Los vecinos han ayudado a un  montón de gente a refugiarse y hay casas con más de treinta personas dentro, incluidas madres con bebés en brazos, pero el agua ha invadido también los portales, y las puertas ya no se pueden abrir por mucho que lo intentes. Si estás en la calle, estás muerto, salvo que consigas agarrarte a algo muy sólido más alto de un metro y medio, el nivel al que llega ya el agua.

El espectáculo que se ve desde la terraza parece sacado de una película apocalíptica. Pero no es una película, es una catástrofe real. El barrio tranquilo y apacible donde vivo se ha convertido de repente en un puto infierno. Mi vecino Fede ha conseguido salir del coche por la ventanilla porque el agua ya no le deja abrir la puerta e intenta entrar en el portal de al lado,pero ya se ha colado mucha agua dentro y no puede abrirlo tampoco. Un vecino motero que ha visto como el agua se le llevaba la moto cuando iba subido encima le ayuda a dar golpes y patadas contra los cristales, pero no consiguen romperlos. Llaman a todos los timbres pidiendo socorro y baja un hombre mayor que intenta ayudarles desde dentro, pero es imposible mover la puerta.

-¡El extintor, rompe el cristal con el extintor!”- le grita Fede con las venas del cuello marcadas por el miedo.

Y aunque el agujero no es muy grande y los cristales que han quedado en el marco parecen cuchillos amenazantes, consiguen entrar.

"Susana Pareja, un icono del balonmano español..."

Susana Pareja, un icono del balonmano femenino español que ahora trabaja como entrenadora, está a solo cinco metros de su casa, pero ve a una amiga atrapada en el interior de su coche y decide ayudarla. No resulta nada fácil sacarla y cuando lo consigue, la corriente del agua es ya tan fuerte que es imposible luchar contra ella. Quedan solo cinco metros hasta su casa, pero cinco metros se convierten en una distancia infinita cuando estás en medio de un río salvaje. Podía haber continuado su camino a casa y haber salvado la vida, pero no lo ha hecho y ahora tiene que tomar la decisión más importante de su existencia: o intentar llegar a casa luchando con el agua en inferioridad de condiciones o subirse a la reja de la escuela de inglés que tiene al lado. No hay tiempo para dudas, como cuando jugaba al balonmano y tenía que lanzar el balón a la portería, una décima de segundo puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. De esa decisión dependerá si continúa o no viva. Si acierta, seguirá con vida, si no morirá.

Ella es deportista, pero su amiga no, y tiene que ayudarla a subir a la reja antes de subirse ella. Están solas y saben que nadie va a poder ayudarlas. El tiempo se hace eterno, se entumecen las manos, los brazos y las piernas, y tienen que luchar además contra la voz interior que de vez en cuando aparece en su cabeza, tentándoles a rendirse y dejarse caer. La primera hora se hace insoportable y no pueden más, la segunda es una tortura, la tercera empiezan a sentir también signos de hipotermia y cuando llegan a la quinta y se dan cuenta de que han conseguido sobrevivir, todas las emociones contenidas explotan y las lágrimas de alegría se entremezclan con las de dolor. Susana ha vivido muchas batallas en los campos de balonmano de todo el planeta, pero ésta es la victoria más importante de su vida.

Miguel, el vecino de la puerta de abajo, no ha podido entrar en el portal y está en el techo de un coche empotrado en un árbol, con una chica que tampoco ha podido llegar a su casa. Peroel  agua sigue aumentando su nivel y cuando apenas les quedan cuatro dedos de margen, trepan por el árbol y se suben a una rama, un refugio demasiado inestable del que tampocotardan en escapar. Se acercan por la rama a la furgoneta empotrada en el otro lado del árbol y saltan sobre el techo.

Los vecinos de las plantas de abajo han ido subiendo al rellano de mi piso, el último de la pequeña finca donde vivo. A algunos no los había visto nunca y con el resto apenas habíacruzado los saludos que marca la educación y los típicos comentarios de ascensor sobre el tiempo. La vida moderna crea cubos similares a los panales de abeja, donde cada uno vive aislado del resto, con su televisión, su internet y sus redes sociales, y la vida social real cada vez es más pobre. La luz de emergencia se ha apagado también y utilizamos velas para vernos las caras. Hay que ayudar a Miguel, pero no sabemos cómo hacerlo. Nos pregunta a gritos por su mujer y sus dos hijos de los que no sabe nada, pero ninguno de nosotros sabe tampoco nada de ellos y es imposible localizarlos con el teléfono. Desde el segundo piso les hacemos llegar mantas, agua, dos paraguas y algo de comida, pero no sabemos cómo sacarlos de allí, el nivel del agua alcanza ya los dos metros y si sigue subiendo no tardará en arrastrarlos. Se manejan opciones como lanzarles una cuerda, pero todas parecen demasiado arriesgadas para tener un final feliz. A la una y cuarto, mi pareja tiene una idea y la lleva a cabo. Entra con el chico que ha subido a casa en el entresuelo inundado, abren la ventana que da a la calle y les hacen llegar una escalera que utilizan como puente para cruzar hasta la casa.

Otros, sin embargo, no tienen tanta suerte. Una chica que se ha subido a una farola y grita desesperada pidiendo ayuda, no puede resistir tanto tiempo abrazada al palo metálico y acaba cayéndose al río de lodo donde poco después se precipitará también una pareja que estaba en un árbol y no dejan de ayudarse el uno al otro hasta el último momento.

La noche es larga. Muy larga. Pero a las dos de la madrugada el agua ya ha rebajado su furia y permite a la gente moverse con mucho menos riesgo. Lo peor ya ha pasado, pero las tragedias no se terminan cuando termina el ciclón, la inundación o los temblores de tierra y me temo unas próximas horas muy oscuras. Nada más amanecer, salimos a la terraza y lo primero que vemos es a Adrián, el hijo mayor de Miguel que no creo que haya cumplido los diez años, intentando comunicarse con nosotros desde el terrado, donde ha conseguido llegar. No es tartamudo, pero está tartamudeando:

-He saltado por lo bajo a la calle. El sonido de las olas ha desaparecido y solo se escucha un silencio inquietante, tan intenso que da miedo oírlo. El río salvaje se ha convertido en un tranquilo lago de barro con mucha menos agua y por donde yo camino apenas supera la alturade la rodilla. Es el único agua que hay en el pueblo, no hay servicio de agua, de luz, ni de gas, y seguirá así varios días. El supermercado de congelados “A Bordo” está ardiendo y sus llamas le dan al paisaje un aire aún más apocalíptico. La gente ha empezado a entrar en lo que queda del Consum, y empieza a llevarse todo lo que encuentra, aunque la mayoría de los productos estén cubiertos de barro.

Al medidodía no queda absolutamente nada, se han llevado hasta la comida de los perros y los productos que estaban flotando en el agua. Muchos de ellos no son del pueblo y han venido exclusivamente a llevarse todo lo que puedan de Consum, Mercadona, Carrefour y donde les venga en gana. Es muy difícil convertir en palabras lo que estoy viendo, y más aún lo que siento, no soy un tipo de lágrima fácil, pero tengo unas cuantas en los ojos. A veinte metros de casa, hay un cadáver de una mujer joven que no es del barrio atrapado en medio de dos coches. El vecino que está tapando su cadáver con una manta me explica que ha sido arrastrada por el agua cientos de metros, hasta que un coche la ha enganchado y ha chocado contra otro vehículo. El garaje de al lado está inundado hasta el techo y uno de los vecinos está muerto en su coche, como muchos otros en otros garajes, porque nadie nos había avisado de la demoledora fuerza con que venía el agua y han quedado atrapados dentro de sus vehículos, intentando sacarlos fuera.

-Da igual que yo lo haya sacado. No se ha salvado del siniestro total ninguno de los coches, ni los de los garajes ni los de fuera- me dice uno de los vecinos, señalándome la montaña de coches, muebles, cubos de basura, electrodomésticos y todo tipo de objetos que se ha formado en el cruce de dos calles.

Es la catástrofe más grande que ha sufrido este país desde la guerra civil e imaginaba que en muy poco tiempo las calles estarían llenas de militares, bomberos y servicios de emergenciaespañoles y del resto del mundo, como había visto por la tele que pasa siempre en estas ocasiones, pero no aparece nadie en todo el día. Ni al siguiente. Ni al siguiente. Y tampoco al siguiente. Esto además de una tragedia está empezando a ser una puta vergüenza.

Todos los comercios están inundados, la ira del agua ha roto las persianas metálicas y los ha arrasado, y sus propietarios van a tardar mucho tiempo en poder abrirlos de nuevo.

-Lo hemos perdido todo. Estamos en la ruina total- me dice en estado de shock el dueño de la ferretería.

Se empiezan a hacer corrillos en el lago de barro y la gente cuenta las historias que ha visto o que ha escuchado:

-Una mujer recibió una llamada de su marido antes de morir ahogado en su coche para darlelas gracias por haber hecho su vida feliz.

-Han encontrado a una niña de 11 años muerta en su casa. Su padre y su madre salieron para sacar el coche del garaje y han muerto los tres.

-Mi vecina ha dormido en su casa con el cadáver de su madre y nadie ha ido a sacarlo en todo el día.

-Han encontrado a una mujer ahogada en la planta baja de su casa y es muy raro porque la casa tiene un piso arriba al que no llegó el agua. Igual bajó para coger algo y ya no pudo subir.

-Hay coches incrustados en las puertas de algunas casas y no pueden salir. Hemos tenido que tirarles botellas de agua al balcón. Y como no hay agua corriente, están haciendo sus necesidades en bolsas de basura.Pero no solo se habla de los muertos, también se habla de los héroes, como los tres chicos que sacaron de sus coches a una veintena de personas y nadie sabe qué fue de ellos, o el adolescente al que anda buscando desesperadamente una chica, porque le salvó la vida subiéndola a un balcón y le arrastró el agua antes de poder salvarse a sí mismo. Pero también se habla de los villanos, como el vecino que no quería abrir la puerta a las chicas del Consum que buscaban refugio porque iba a entrar el agua en el patio, hasta que un vecino le mandó a la mierda y les abrió. Aunque el trofeo de villanos se lo llevan las bandas organizadas que se dedican al pillaje, aprovechando que los dos primeros días no hay ni siquiera policía vigilando las calles. Cuatro encapuchados asaltan la óptica y una mujer desde un balcón les grita que se vayan, que es un negocio de un hombre que no llega a final de mes, pero les importa una mierda y se llevan lo que encuentran. Cuando llega la noche es peor todavía y no estás seguro ni siquiera en tu casa. Algunos llegan incluso a aprovechar que un anciano ha salido a buscar ayuda para ocuparle la casa.

La gente busca información por todas partes porque nadie nos informa de nada, aunque la pregunta que está en la boca de todos es: “¿Qué coño ha pasado?”

Hay respuestas de todo tipo:

-Ha sido el barranco del Poyo en Chiva, que se ha desbordado.

-Ha sido el pantano de Forata, que estaba ya al cien por cien y lo han abierto.

-El río de fango tiene que haber venido de los barrancos de Picaña y de Paiporta.

-Lo que está claro es que alguien ha hecho muy mal las cosas y van a hacer todo lo posible para que no nos enteremos nunca.

-Y encima nos dejan tirados. Siempre he dicho que los políticos de este país acabarían llevándonos al fango, y no me equivocaba.

Estamos solos y abandonados a nuestra suerte, con un sentimiento de perplejidad absoluta porque no entendemos que pasen de nosotros como de la mierda. Hay gente durmiendo varios días con cadáveres, y coches bajo una montaña de vehículos y escombros en los que hay muertos dentro. El jueves, sin embargo empiezan a aparecer por el pueblo jóvenes cargados con alimentos, escobas y cubos para ayudar. Al principio son unos pocos, pero no tardan en convertirse en un auténtico ejército solidario que recorre las tres horas que cuesta el viaje de ida y vuelta a pie desde Valencia cargados con bolsas de comida, garrafas de agua,cubos y escobas. Es conmovedor verlos cruzar el puente de acceso a Sedaví para quitar el barro y los escombros, repartir alimentos y hacer cadenas humanas con cubos para sacar agua de las casas, me emociona hasta la médula y me cuesta escribir lo que siento en el teclado. Hay también gente que se ha hecho más de cien kilómetros en su tractor para ayudar, voluntarios de emergencias venidos de todas partes, gente que ha hecho mil kilómetros en su coche para ayudar con su bomba de agua y policías que han aprovechado el fin de semana libre para arrimar el hombro, en vez de estar descansando con su familia. Son los únicos que nos están ayudando. En este país los políticos son una puta vergüenza y se dedican a echarse la culpa unos a otros intentando sacar rendimiento político a la tragedia, en vez de preocuparse por los afectados. Les da igual la gente a la que dicen representar, lo único que parece interesarles es conservar sus puestos de privilegio y sus elevados sueldos.

Tienes la sensación de que algunos están jugando a Juego de Tronos contigo como auténticos psicóticos con un cubo de mierda en la cabeza, y solo eres para ellos una ficha del tablero. En algunas partes el hedor empieza a ser insoportable, las cucarchas suben ya por las paredes de las casas y el riesgo de enfermedades y epidemias es cada vez más alto, pero ellos siguen a la suya, enfrascados en una batalla de ratas de cloaca para ver quien le echa más mierda al otro bando.

El sábado restringen el acceso a la zona cero de voluntarios cargados con alimentos y utensilios de limpieza, porque los que mandan tienen el morrazo de decir que no hace falta, aunque la puta realidad es que sin su ayuda esto habría sido una catástrofe mucho mayor y más de cien horas después del paso del río de lodo, las calles, los comercios y las plantas bajas están saturadas de barro e inmudicia y aún hay cadáveres pudriéndose en los garages, porque muchos de la enorme lista de desaparecidos son gente que ha muerto en el interior de su coche, convertido por la tragedia en su tumba.

Está empezando a crecer por todas partes un sentimiento de rabia y de furia, como si la peña se hubiera contagiado de la ira de las aguas que han arrasado el pueblo. Hay una sensaciónhorrible de abandono y de ser víctimas de la ambición y la incompetencia de una gente que no tiene preparación, ni calidad humana, ni autoridad moral para dirigir la vida de otra gente.

Alguien escribe en Twiter que solo el pueblo puede salvar al pueblo, y se convierte en viralentre los afectados. Como dice uno de los vecinos, si Quevedo hubiera tenido redes sociales, habría escrito: “Qué gran pueblo para qué gran mierda de gobernantes”.

Pero no quiero levantarme del ordenador sin escribir algo positivo: esta tragedia ha significado un chute de solidaridad en el corazón de los afectados y los voluntarios queprovoca entre otros efectos un cambio salvaje en su forma de pensar, sentir y actuar, por el que pueden ver con claridad que es mucho mejor tirar todos para el mismo sitio que cada uno para el suyo y se ofrecen a ayudarte, se preocupan por ti de verdad y además de preguntarte si necesitas algo... Te lo consiguen. Espero que los efectos no se pasen demasiado pronto y esta tragedia no anunciada haya servido al menos para enseñar lo que no se debe hacer nunca. Y evitar que vuelva a ocurrir.

La muerte se ha llevado a mucha gente inocente y hay demasiado dolor y rabia en las calles.

Alfonso Aguado, cantante y creador del grupo musical Los Inhumanos, le envió este texto, escrito por él mismo, sobre la DANA a Gema Haseen-Bey. Ella, por voluntad propia y de él, quiere compartirlo con todos nosotros.

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