El oso, el madroño y Carlos Peña
Madrid, 23 de enero de 2025.-Carlos Peña, conocido como el eterno delegado del Atlético de Madrid, será distinguido con uno de los Premios APDM 2024. Su dedicación inquebrantable de casi 60 años al club rojiblanco es verdaderamente admirable y sin duda merecedora de este reconocimiento. Su perfil, escrito por José Miguélez, director de Deportes del diario ABC, refleja de manera certera la esencia de su trayectoria.
La Asociación de la Prensa Deportiva de Madrid (APDM) ofrece a todos los medios la oportunidad de reproducir sin restricciones la semblanza del galardonado, lo que permitirá que más personas conozcan su inspiradora historia. La IX Gala Anual de la APDM se celebrará el próximo lunes 27 de enero, a partir de las 20:00 horas, en El Beatriz Madrid Auditorio.
A continuación reproducimos el perfil sobre Carlos Peña escrito por José Miguélez:
No es Gárate, ni Luis. No es Arteche, tampoco el Niño Torres. Y nunca será Simeone. Pero es tan leyenda como todos ellos, un trozo importante del Atlético de Madrid, un actor aparentemente secundario convertido en protagonista mayor. El recuerdo principal de una historia de club que custodia entre las cuatro paredes de su memoria y que quizás un día se animará a publicar (debería). El guardián de mil anécdotas y cien secretos. Un testigo que lo ha visto y escuchado casi todo, porque siempre ha estado ahí. Sin saltar al campo, pero sin salir del césped; sin disparar a puerta, pero muy cerca del balón; sin vestirse de corto, pero uno más de cada plantilla. Ayudando en todos los casos. Siete estrellas, siete franjas rojiblancas, el oso, el madroño y Carlos Peña. Un elemento más del escudo. El superdelegado.
Son casi sesenta años de vida laboral en el Atlético. Y unos cuantos más de vida emocional, todos los que acumula en su DNI, porque también lloró con su papá de la mano dentro del primer Metropolitano. Debutó como empleado rojiblanco el mismo día que se inauguró el Vicente Calderón, el 2 de octubre de 1966. Lo hizo como delegado del equipo de balonmano, licencia 59-13, cuando la sección no sólo existía, sino que gobernaba. Unas cuantas temporadas más tarde, Carlos Peña se incorporó al primer equipo de fútbol para responsabilizarse de sus trámites burocráticos cuando estos tenían que resolverse de una manera artesanal y cálida, nada que ver con la frialdad y las facilidades de las que la tecnología, los ordenadores y la modernidad han bañado ahora un oficio poco reconocido pero imprescindible. Las fichas federativas, los billetes de avión, la acumulación de amonestaciones, la reserva de los hoteles, la distribución de las habitaciones… mil y una tareas al servicio de los demás desempeñadas con disposición, colaboración y compromiso, como pregonaba el homenaje que LALIGA le brindó hace tres años por su fidelidad al fútbol.
La imagen de Carlos Peña, eso sí, está asociada para siempre a otra de sus funciones, la de delegado de campo. Suplió en ella a Alfonso Aparicio, otro mito colchonero. Inicialmente la compaginó con sus deberes originales para acabar convirtiéndola en su actividad exclusiva, y que aún hoy, de una manera más simbólica, desempeña. Por esa función, a Carlos Peña le tocó ayudar a los árbitros, a los que respetó y sirvió por mucho que en la mayoría de los casos creyera ver en ellos cierta orientación madridista. Como también, fingidamente gruñón, supo detectar con habilidad y precisión el blanco que se escondía detrás de algunos periodistas, a los que, con su inconfundible acento castizo, un punto chulesco, pero siempre cordial, encaraba por una crónica escrita por aquí o un comentario soltado por allá. Como atlético verdadero, retrato certero y nada impostado de su idiosincrasia, el antimadridismo lo lleva en vena. Pero de forma simpática y hasta cariñosa, rivalidad con buenas maneras. Incluso con esos siempre estaba ahí para echar una mano. Generoso y discreto.
59 años después de su primera vez ni el estadio Vicente Calderón ni la sección de balonmano del Atlético ya están. Tampoco Ketutín y el Tulipán, los restaurantes de Goyo y Ángel donde semanalmente se le podía encontrar compartiendo sin falta con sus peñas de amigos. El tiempo pasa, el mundo cambia, las camisetas ni se parecen, la afición ha modificado su sello, pero Carlos Peña sigue ahí de pie y es el que era. Con su bigote, su brazalete y su abrigo largo, esa entrañable estampa que, pese a su obsesión por alejarse del foco, se colaba y se cuela una y otra vez en los planos del medio campo y el acceso a los vestuarios cuando los rojiblancos, los días de calor pero también los de frío, juegan en casa. O sea, en la suya. En el callejón de su vida. Que es la vida misma del Atlético.
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